Autora: María Paula Mones Ruiz
Editorial Vinciguerra
ISBN: 978-950-843-783-9
84 páginas.
Reseña de tapa Marta de París
Prólogo: Graciela Maturo
Obra de tapa: Laura Rudman
2010
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La posesión poética total en la obra de Ma. Paula Mones Ruiz, es el tema verdadero de esta escritura, de este verbo, surgido desde el fondo del gesto, donde lo inefable y lo esencial cobran forma. En estos poemas de Avepoesía, donde coexisten la voz y el silencio, surge casi siempre el tono confesional, el autorretrato moral y espiritual, junto a la apelación, a los sentidos, a la belleza o el goce, anunciando su universo sensorial y esteticista.
De su peculiar modo de entender y sentir la vida y el arte, de su estética con prioridades individuales y colectivas, surge el pensamiento de María Paula Mones Ruiz. Un espectro estilístico, próximo a existencialismo, que puede ir de lo más sencillo y coloquial, como El caminito de sol y otros, hasta una densidad simbólica que aparece misteriosa, casi hermética como en La he visto:
¨….Pero alguien desde aquí escribirá/ Que la ha visto en silencio/ jugar a los latires con sílabas y versos/ contar suspiros y aleteos hasta el infinito/ Alguien desde aquí escribirá/ que la ha visto anidar/ cada ojo en cada palma y dar a luz/ pichones de utopías ciegos/ pero que cantan y vuelan/ aunque sea bajito/ sobre su tierra blanca.
Amplitud, transposición del tumulto de las fuerzas interiores, donde lo cósmico se hace universal.
El secreto de la poesía está en acertar el resplandor, el destello, la luz inédita, el nombre exacto de las cosas y su universo ya está ahí, palpitante, la espiritualización de la materia como perenne claridad, radioso numen, atrapar el ámbito secreto de las cosas. Al decir de Ernesto Cardenal:“Todas las cosas se aman. La naturaleza tiende hacia un tú”. Así nos habla Mones Ruiz de la naturaleza en El álamo plateado: Cuando la melancolía vibre fuera del espíritu/ revelaré lo vivido./ Sin tecnicismos. Retornará la imagen del álamo plateado/ y la mágica naturaleza volverá a agitar sus hojas/cada vez que respire//////////.
Explora con hondura climas existenciales: la muerte, la vida y el ser. Después de todo, la ficción poética no es sino el espejo de un anhelo mayor, de la fe de perfección y eternidad que anida el poeta en su pecho.
Mones Ruiz como poeta es ella misma, un sentimiento y un lenguaje que conforman a través de su obra, una personalidad, un estilo jalonado de verdaderos hallazgos. Dice en Cargada de espejos:Intimo deseo de encuentro /deseo cumplido./ Recibo en este instante/ la visita de mi misma./ Me digo: Vengo cargada de espejos para que te elijas/ cerca de ti pero lejos,/ lejos del reflejo accidental. /Aquí me tienes,/ soy tu misma / acércate despacio/ despaci… hacia esta otra luz/ sin huellas de materia /sin cenizas /sin marco/.
En sus poemas hay siempre un germen de interioridad, es decir de conciencia; bucea en el interior del hombre y en su radical soledad ontológica, saltando por encima de las efímeras causas concretas y el soplo de su sabiduría trascendente.
Un rostro en cada espacio, misterioso y traslúcido de salvación de las raíces esenciales, ante todo, la expresión del ser y sus sombras. Endereza su cabalgadura hacia los límites de la eternidad, afectado su paisaje anímico por las fluctuaciones dolorosas del vivir.
Una angustia propia, restallante, un territorio que le pertenece, entre una estética desafiante que engloba su escritura. Lo vemos en A veces cuando lluevo:….Y lluevo gris y miro mi man/ y sube y subo goteando visiones. /Sé que estás ahí, abrazando tu paz /como a una blanca novia./ Ahora todo aquí abajo se ve claro /y esta lágrima fugaz, opaca, fugitiva/ derrite tu recuerdo/ y tu ausencia es tan líquida hermano ángel… ángel de mis horas /que a veces cuando lluevo/ te veo simultáneamente aquí y allí/ secando mi mano /secando tu historia.
Aquí palpita el amor, el camino más trascendente y su instancia metafísica, compadecimiento fervoroso, que es un constante en la poesía de nuestra poeta, aún en sus poemas líricos. Su lírica está impregnada del sentimiento amoroso. Todo se vuelve amor o motivo de amor en su poesía. Mirada totalmente suya en temas que son comunes a todos, la muerte, la vida, con lo que alcanza la universalidad. Poema A Rosa María Sobrón:Ya no intentes amiga con tus palabras/articular respuestas a mi mano apoyada /sobre tu mano durmiente. / Dejate llevar que ya en el aire se expande la fragancia/ de tu ser de sangre-miel, /de palabras blancas, de dolor y fe./ Déjate llevar como lo has hecho y me has dicho/ se hace en la escritura /quien antes de nacer te mece /en las aguas calmas del latido de la Idea./ Déjate llevar, evádete/como el Principito migrando con tus musas./Abrázame y llámame, otra vez, ¡poeta!
El amor-muerte, forma parte del hilo exitencial de su poesía y también el amor abrazado a las estrellas del dolor en Estrella Gris dedicado a su padre:Tengo una estrella gris, /unos ojos sin tu azul / unas manos sin tus rosas/ una boca sin mi nombre/ una luna sentada sobre tu timón sin rumbo/. Frente a tu noche de espejos marineros/ tengo sentada a la Tristeza./ Y soy/ este pájaro cansado./ Y me veo/ picoteando miguitas de tu sombra y tu silencio./ Y me busco.
La construcción de bellas metáforas e imágenes se constituye en rasgos de originalidad. María Paula Mones Ruiz es una poeta con destino, se vale con idoneidad de la inefable servidora del sueño: LA POESÍA, como un rasgo de su propia naturaleza.
Se cumple en esta obra poética el decir de Thomas Mann “La literatura es el alma de la dignidad humana”. Libro para leer y releer, bello y profundo. Avepoesía es eso, nada más y nada menos: POESÍA.
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La valoración consciente de la poesía, el compromiso poético, es el hilo conductor de estos poemas, reunidos con el significativo título Avepoesía. Se saluda a la poesía con el antiguo saludo romano que significa “salve”, y que los cristianos tomaron como saludo simbólico y religioso. No lo es menos en este caso, en que la Poesía aparece identificada con lo sagrado.
En cinco partes ha agrupado la autora los poemas del libro. La Primera Parte, titulada Hambrienta, desnuda, descalza…personifica a la Poesía en estos términos: Ella es quien me bautiza cada día… dándonos así la clave de un poetizar espiritual que suma imágenes simbólicas convergentes como Luz, Agua, Paloma, en sucesión que sin caer en el catálogo de imágenes ya acuñadas y yertas, dibuja un itinerario vivo, en que el plano simbólico es alcanzado “naturalmente”, desde la experiencia cotidiana.
Partiendo de ese lugar, tempranamente alcanzado, María Paula recobra hondamente las vivencias de la infancia, y los instantes luminosos de todo su vivir, que dieron feliz origen a su palabra salvífica. Mecida por la poesía no tuve huesos, me crecieron versos nos dice como síntesis de su tiempo vivido, allanando nuestra reflexión. Y en otro momento agrega, de manera clarividente: Recibo en este instante la visita de mí misma… Ha alcanzado María Paula esa apreciación de sí, del núcleo más profundo de su propia subjetividad – dígase alma, psiquismo o conciencia trascendental – que asoma en la progresión autognoscitiva de todo quehacer poético genuino. Impresiona al lector avezado en poesía esa plenitud avizorada desde la conciencia crítica.
Esta línea intuitivo-reflexiva se profundiza en la Segunda Parte, titulada Al acecho de tu luz, que introduce, con el tema de la Muerte, el inevitable desgarro existencial. Diario de un duelo, estas páginas asumen con valentía la consideración de la muerte del hermano como una ofrenda sacrificial.
La Tercera Parte, dedicada a Rosa María Sobrón a modo de Homenaje, es un mensaje de hermandad amical fundado en la común pertenencia al espíritu, es decir a la Poesía.
Ojos músicos se titula la Cuarta Parte, teñida de femenina afectividad y referida al anuncio de la natural certeza y necesaria renovación de vida a través del rol de abuela manifestado por la autora en los poemas siguientes a la portada, mientras la última, Quinta Parte, bajo el nombre Acrobacias del silencio, retoma el tono reflexivo de la primera.
Encuentro metafísico, escritura en llamas, estos poemas finales albergan la evocación de los padres, muertos y presentes, y una nueva valoración de la Poesía, que se reafirma más allá de la escritura, en la experiencia viviente.
No hago sino describir, según mi formación fenomenológica, lo que los ojos y el alma – ojo espiritual – registran en la expresión de mi antigua alumna, que siempre se encarga de recordarme esa condición. No me gusta agregar a un libro poético algo que no se encuentre en el mismo; mi ambición, más modesta, es acaso señalar esos lugares cargados de significación, esos núcleos simbólicos o aperturas al sentido que singularizan cada lenguaje, cada mundo del creador.
Repasando esta poesía que alcanza en muchos momentos niveles de riqueza y sabiduría poco comunes, hallamos razones para su plena valoración, unida al goce y apropiación de su mensaje.
María Paula Mones Ruiz es una artista cuyo nombre se impone por su apuesta estética, delineada en ricas etapas de creación lírica.
Dentro de una misma concepción poética, ahora ensaya una nueva perspectiva en Avepoesía. El titulo se mueve y se transforma en la figura sacrosanta de la madre, María ave, que anida “en los vacíos de la piel”.
La interioridad del ser que se advierte en sus primeros libros traza un ciclo vital importante para la comprensión de su poética. El poemario se abre con la pieza lírica Hambrienta, desnuda, descalza que ofrece una visión de la Luz, ligada con el misticismo cristiano. Resulta patente el deseo de trascender las oposiciones amor- sabiduría en un discurso de alto registro conceptual. En razón directa de eficacia lírica, como si fuera una cita ineludible, además del poema mencionado, las composiciones, Leyenda de la paloma niña, Arte poética y “Niño anciano bastan para señalar una aceptación ciega de intenso fervor místico.
En otro nivel de afinación, la pureza intuitiva se funde en una poesía de ramificaciones metafísico-religiosas, raramente genial. Hay una desnudez ramoniana como producto de la elaboración consciente de depuración que perfila el lenguaje y la concepción que determinan los poemas.
A través de Avepoesía, María Paula Mones Ruiz, entra a una etapa en que los pasos se transforman en alas. El ave mágica la carga en ellas lanzándola al viento para seguir cantando. Desde la libertad del aire, y con “pasos altos”, baila sobre las aflicciones del mundo. Dueña de su vuelo, elige el camino de la poesía madre, única y eterna.
Hay lujo y un aura de misterio en su temática. La lectura merece ser disfrutada por la fuerza de su belleza, las descargas y emociones que acunan el éxtasis y los sentidos de la vida en su más pura expresión de entrega.
Desde hace varias semanas navego en un mar extraño y cálido, nostálgico y paradójicamente entrañable que significa esta poesía recoleta, intensa, recóndita pero universal, orbitando en esta nueva entrega de Paula Mones Ruiz.
Como se trata de alguien a quien respeto y admiro, he intentado superar mis prevenciones para ser un presentador sin escrúpulos, pero no sé exactamente si podré lograrlo. Primero porque nunca reuní las condiciones de un buen crítico y segundo porque a mi vez, no hay nada para criticar y mucho, muchísimo para elogiar.
Plutarco diría que para apreciar y juzgar las cosas hay que colocarse en un justo término medio. Y así será.
Quisiera recordar , las palabras utilizadas por Antonio Gamoneda, el conocido escritor español, dichas en la Feria del Libro reciente en Buenos Aires: “En términos fundamentales, entiendo que la poesía no es literatura ni pintura ni escultura ni otra forma de arte que funciona en los mercados. La poesía se origina por una manifestación existencial, como un acto de creación y revelación donde un personaje en ejercicio de vida, que llamamos poeta, lleva consigo cierta carga perturbadora e intimista de rebeldía y enamorada libertad”.
He traído este pensamiento de Gamoneda, porque creo que sus términos se ensamblan perfectamente con la textura de este libro.
A medida que avanzamos en la lectura, percibimos que la penumbra de sus emociones se hace más libre pero más densa, en sus abismos desconocidos. Su interpretación no es fácil sin embargo para una lectura superficial. Se estructura está forjada en una intrínseca experiencia y hace pensar por momentos en ciertos acróbatas muy elásticos en particulares tristezas resignadas. Flexiones del alma que saben de las posiciones de la vida y que suelen encontrarse de golpe con la distancia o el sosiego del tema a resolver.
Genera su alrededor un espacio de ternura de cuyo centro parten, mensurados sus versos y sus diálogos. Ciertas palabras escritas con una gran capacidad de comprender y de sorprender, cargan y descargan sus sentidos en lo profundo e los corazones receptores.
Por instantes este poemario se convierte en un vastísimo lugar donde se percibe a una mujer poeta tendida y entregada en el medio del sabor y del dolor del mundo. Este libro es tangente por donde se lo mire. Su fondo, su secuencia, sus fases relevantes. Pero con el tiempo será una anécdota en su vida, porque vendrán muchos otros volúmenes meritorios y bellos. A esta altura de su poesía, de su destreza lírica, más allá de su contenido, es justo analizar sus emergencias, pero es bueno recordar el impulso que lo determina.
Ahora es el instante de detenerse. La autora ha viajado sobre un mar fosforescente. Toma forma de tarde. Es misteriosa. Mañana retornará a sus brumas de origen con sus valijas de ilusiones y se deslizará sobre el filo de un párpado para ubicar un nuevo derrotero. Sacudirá su cabellera en un cielo de agua y volverá a revolver en las canteras de su poesía. Estrujará nuevamente su fértil sentimiento. Porque para nuestra protagonista la poesía es un mandamiento del amor. Existe en este libro y seguirá presente en los libros sucesivos.
Porque Paulita es eso, el amor en cielo, en la tierra, en la palabra. En el día es el rostro de una pena en una fuente, en la noche es el musgo humedecido que apunta a las estrellas. De pronto una paloma en fuga se esconde en sus cabellos. Me ha cruzado una cometa dice ella. Entonces toma la idea y la escribe. Jadeante en su relato alcanza la cima del más alto acantilado. Detrás de una roca divisa un ojo y después otro. Millares de palabras están llegando a ella, rápida comienza a vestir su tarea, avanza hacia la abrupta pendiente de sus páginas y desciende en la llanura, saltando sobre sus pensamientos.
Por momentos cuando está sombría, sus dedos titubean pero su corazón se le ilumina; “salgo de la niebla”, piensa ella. Si hubo un remolino ello ha sido sólo una herida; un grito entreabre su boca pero la escritura del poemario avanza. Nacen mariposas que levantan vuelo. Son apenas rayos, piensa ella. Se asombra pero sigue soñando en las alternativas de su sueño. Su cuerpo se envuelve en una sábana azul. Estoy en lo cierto razona Paulita y continúa hacia la ciénaga donde quiere alojarse. Y ya su libro surge. Todos sus dolores apuntan al medio de su pecho, ella se echa a reír en su felicidad. Responde con sus espejismos, posee el secreto de revelar cadenas. Cae a veces en el desierto. Las lámparas se apagan pero en la oscuridad sus ojos penetrantes. Se mira en el espejo final, pero no ha cambiado su imagen. Sigue siendo ella.
Conviene releerla, gustarla lentamente, sentirla, respirarla.
Paulita es una rosa clavada en su perfume.
Cuando en los versos preliminares de Avepoesía leí “…la luz nos rescata y nos regala/una estrella que tiembla,…” recordé un par de versos del poeta ruso Vladímir Mayakovski que dicen: “Si una estrella se enciende, quiere decir que a alguien le hace falta”.
María Paula es una de esas convocantes a que las estrellas se enciendan, y por añadidura hace posible que brillen para nosotros, por la sencilla razón de que su poesía requiere, en gran medida, de la presencia estelar. Lo que queda corroborado por la frecuencia con que ciertas y determinadas palabras aparecen y reaparecen en sus versos.
No obstante proceder por elevación en sus trabajos, la autora también nos entrega esta dolorosa confesión: “Lo más próximo que tengo/es un miedo/Un miedo tapado de silencio nítido/El silencio nos mira/la niña y yo tememos que el miedo crezca/si se nos moja el silencio.”
Y no se trata, por cierto, ni del miedo a las estrellas ni del miedo a las alturas al que se refieren estos versos.
Es, por el contrario, el miedo a que “lo de abajo”, lo que ocurre en los estamentos más terrenales y pesarosos de la vida, no tome el rumbo conveniente. O no diría, en el siguiente poema: “El miedo nos hace magos”. ¿Qué es eso de “…tememos que el miedo crezca/si se nos moja el silencio”? ¿Una referencia al llanto que acaso sea tan sólo un pasajero desahogo que nos haga bajar los brazos sin siquiera haber aportado la más mínima de las catarsis? ¿Un llanto que en vez de cercenar el dolor lo acrecienta? Pero aun siendo así, la expresión referida es indudablemente pasajera, porque el espíritu poético que anima a María Paula la conmina a reaccionar, a comprender que la vida es alquimia permanente, y de ahí lo del “miedo nos hace magos”. Sí, con llanto o sin llanto, parece decirse la poeta, al miedo hay que exorcizarlo, hay que presentarle batalla o, al menos, resistirlo sobrevolándolo.
Con lo que me atrevo a decir que muy posiblemente estemos ante la clave central del poemario: un continuo apelar al rescate de sí misma de la autora. Rescatarse para la vida, claro está. Porque todo continúa sugiriendo una permanente elevación o liviandad en la sucesión de imágenes: “mouse de cielo”, “montañas”, “picos”, ”álamo plateado…” que agitará “sus hojas cada vez que respire”. Y por supuesto el “viento”, que “soplará pinceles invisible plateando la memoria”. Y en fin, la recurrencia de los términos “luz, sol, ave, alas, volar”.
También hay claros juegos en la poesía de María Paula Mones Ruiz. El sino asociado al vaivén de una hamaca, por ejemplo, o su identificación con una sombrilla. Y son puro juego sus versos con o para niños. Es tal su necesidad de mudar la realidad, que inserta en, o extrae de, la poesía, los lugares y objetos que la rodean (espejos, rincones, la música, y hasta un postre); y lo hace llevada por su solo afán, o acaso apremiante necesidad, de metamorfosear la vida. ¿Y es que acaso podría ser de otro modo si ella está entre los privilegiados para quienes las estrellas se encienden, al decir del ya mencionado poeta ruso?
Por supuesto, en su poemario irrumpe también la muerte, e irrumpe porque es un incontrovertible componente de la vida. La muerte que no sólo saca del mundo al que le llega, sino también al que la sufre como forzoso testigo. “Sueño que la oscuridad me bosteza/y amanecen suspendidas/sábanas desiertas, estrellas de arena”. Sí, para María Paula se han opacado momentáneamente las encendidas estrellas de las instancias felices. Así es que este logradísimo poema, “Al acecho de la luz” (luz: ya ven, no es una caída total, y mucho menos definitiva, gracias al dolor, al dolor-mago) la poeta, que todavía no ha podido pergeñar la alquimia que la rescate del sufrimiento, lo remata con nueve contundentes palabras, como no podría ser de otro modo tratándose de la pérdida de un ser querido. Y de ahí la dolorosa conclusión: “…de repente…/nada más de ti/ni de mí.”
Debo decir que son conmovedores los versos dedicados a los que se ausentaron en estos dos últimos años de la vida de María Paula. Conmovedores, sí, pero no sentimentales. Porque la “Avepoesía” que la habita, no le permite a la autora desmayar en su quehacer creador, sin para nada trivializar o siquiera amenguar su decir poético. Véase si no:
Y todo, aquí abajo, se ve turbio, húmedo.
Busco
el sol de tus abrazos; de tu risa, la chispa.
Mi piel se ha vuelto de nube.
Y lluevo gris y miro mi mano
y sube y subo goteando visiones.
Sé que estás allí, abrazando tu paz
como a una blanca novia.
Hermosa, y elocuente, se vuelve la poesía cuando nos llega a la mente a través del corazón, infiltrándose, también, en los sentimientos. Pura poesía es entonces la vida en tales circunstancias. Y felicísimas han de ser las almas a las que alcanza con su toque de portentosa embriaguez.
No me cabe sino felicitar a María Paula y hacer votos para que su Avepoesía nos conduzca por ese vuelo de encendidas estrellas, que tanta falta nos hace.
Avepoesía. El nombre de este poemario nos puede remitir por un lado, a una salutación de respeto y superioridad como la utilizada, en el Imperio Romano: Ave César, por ejemplo. Por otro lado, al Cristianismo, en el cual, Ave María, fue evocación y salutación utilizada por el Arcángel Gabriel a María, en La Anunciación, de la misma significación que Dios te Salve María. Y así podemos seguir citando la presencia de María, en El Corán, en ciertas religiones cristianas, hasta la existencia misma de la oración Ave María.
La consonancia reflejada en el nombre del poemario, podría estar haciendo un paralelismo entre las virtudes de María: pureza, nobleza, sabiduría, santidad, especialmente la de Madre de Jesús y Madre del Hombre, con las de la Poesía. ¿Y por qué pienso en esta relación? Porque la consonancia elegida Ave Poesía – Ave María, ya por la rima mencionada, ya por las virtudes de María y María Madre, son a mi criterio las atribuídas a la Madre Poesía, como podemos observar en el Arte Poética, de esta autora:
“ … Las madres y la poesía / son únicas y eternas. / Viven por nosotros / Y por ellas somos agonistas …”
Este poemario, nos propone, transitar con ánimo, algunas vertientes bien definidas. Un vínculo trascendental y casi desnudo con la poesía, en: Hambrienta, Desnuda, Descalza, donde la autora dice claramente:
“… cuando ambas nos bañamos en el agua de la luz …” y agrega más adelante
“ … cuando la luz nos rescata y nos regala una estrella que tiembla detrás de las palabras …”
Sentimos aquí, casi una personalización de la Poesía, en medio de una relación lúdica, donde existe un ida y vuelta entre ellas. Ambas son rescatadas por la luz y reciben de ésta, nada más y nada menos que el regalo de una estrella . Pero no nos dice una estrella, porque es una imagen bella, brillante, romántica, etc. sino, porque es una estrella que queda temblando detrás de las palabras.
Este misterio que lleva adelante el poeta, acerca de lo que no se ve, pero está detrás de las palabras, lo expresa claramente María Paula Mones Ruiz, en el poema Sobre la Cumbre (El Bolsón): “ … no quiere el poeta lapiceras que lo acunen, / quiere dejarlo ahí arriba / para que la Madre Tierra lo aprehenda / en su cálido Nido de Memorias. Y culmina con un toque de eternidad: Quiere dejarlo ahí arriba / para que algún pájaro lo cargue sobre sus alas, / ¡y lo oigas …!
Es apreciable la expansión hacia el aire, hacia el mundo exterior, que acabamos de escuchar, tan intenso como el interior, así como en el poema De Crocantes Alas, donde, logra volar asida a una hoja otoñal:
“… una hoja en la vereda, mirándome a los ojos. / Dejé que me mirara. / y dejó que yo volara asida de su otoño …”, o en el poema, Mal Tiempo, cuando dice: “… ella tenía mala cara y masticaba nubes …”
Podemos observar además, profundos estados de Contemplación y como licuándose en ellos, nuestra poeta, es capaz de hacer caminos reversibles, como por ejemplo en el poema Bordando Palabras, donde dice:
“ … De las altas montañas, / mis ojos recorrían los ondulados picos / y la mente iba y venía ..”. Y culmina : “… y en cada pico, delineados, / los restos salinos de algún ruego “. Es decir, sus ojos recorren los picos ondulados como en un ruego y en cada pico también quedan los restos delineados de algún ruego.
Sucede lo mismo, si bien bajo otra temática en el poema Niña Ventana:
“ …Veo una ventana asomada a una niña y una niña asomada a una ventana …” O en el poema Una Barca “ … Barca quieta rota, herida es tu madera. / Juncos caídos como astillas, / astillas como juncos …”.
Los cantos amorosos de Ojos Músicos, capítulo en el cuál los personajes son bebés, niños, futuros bebés y futuros niños, están acaramelados en un deleite, entre juegos, juguetes reales e imaginarios que se anuncian en sus títulos: Juan Ignacio (Antes que nacieras); Porque me nombras (Regalo de Reyes 2006); El Viento; Luciano; El Caminito de Sol y La hormiguita y el árbol.
Deseo mencionar dos versos finales de uno de ellos, que a mi criterio, nos muestra desde dónde los escribe María Paula:
“ …Porque me nombras / porque vivo. / Porque había una vez un niño y una mujer con alas.”
Cito algunos versos, dedicado a la memoria, de su hermano Eduardo, del capítulo titulado Al Acecho de tu Luz.
Del poema A Veces Cuando Lluevo:
“Ahora … / todo aquí abajo se ve claro / y esta lágrima fugaz, opaca, fugitiva /derrite tu recuerdo. / Y tu ausencia es tan líquida, hermano ángel …”
Y en otro poema, Cordero de Sol, dice:
“ Él era un cordero más que humano. / Un cordero que balaba verbos de su sangre pura … y continúa más adelante: “Un cordero que nos dará paz en su nombre /Un cordero que tuvo piedad de todos. / Un Cordero con ojos de Quijote / que se convirtió en pastor allí, en lo más alto, / donde yo lo nombro”.
En memoria de una gran poeta argentina, Rosa María Sobrón**, María Paula Mones Ruiz, le dedica un poema homenaje fechado en Otoño de 2008, además, un segundo poema titulado, Se Deshoja tu Nombre, un tercero, Hay un Mar en tu Mente Celeste y también una carta El Lugar de Siempre, fechada el 3 de junio también de 2008. Publica, además, el poema de Rosa María , La Palabra, el cuál comienza con esos dos versos conocidos por muchos de nosotros : “Me impongo la poesía / como una vestidura …”.
La poesía como vestidura de la piel, es recurrente también en la poesía de María Paula Mones Ruiz. Cito algunos versos: “ … Ave que anida en los vacíos de la piel ”, otro “…La dorada luz sella en la piel, los colores intensos del adentro …”, otro “ Acuarela de relámpagos sanguíneos. / Piel de luz. / Luz bebida …” otro “ …Mi piel se ha vuelto de nube…”, por último “… y la piel se ilumina de cosquillas celestes …”.
Hay en Avepoesía, un protagonismo múltiple del mecer, del acunar y del vaivén de la hamaca.
“… Mecida por la poesía , no tuve huesos, me crecieron versos …”, nos dice en el poema, Este Lugar no es aquel lugar.
“Manos tibias mecen la hamaca verde…” del poema Hasta el Próximo Vaivén.
“ Esta hamaca de madera que me mece … “ …Voy y vengo, vengo y voy/
como meciéndome desde el abismo al celeste…”del poema Yo Sí, Yo No.
También los otros seres acunan, por ejemplo en el poema Juan Ignacio, dice la poeta:
“ …Ya mis oídos se convierten en campanas / con tu pequeña voz acunándolas…”
En el último capítulo de Avepoesía, Acrobacias del Silencio, su padre es el protagonista de tres poemas y uno dedicado a la memoria de su madre. Resulta ideal, ilustrar el protagonismo del silencio, con estas palabras de Gastón de Bachelard* de su obra El Aire y los Sueños:
…“La poesía, no es simplemente lo que sus palabras describen ni lo que evocan ni lo que afirman; por debajo del verso y de su significado, prevalece el silencio, que es un pensamiento oculto, secreto, aflorado desde sus raíces hundidas en el sueño. Así, ni la grandilocuencia ni la declamación ni la sonoridad definen lo poético”…
Teniendo en cuenta que tanto la muerte como el miedo, entre otros, son inherentes a la Poesía, podemos finalizar, reflexionando acerca de la conversión purísima, que realiza la autora en el poema La magia del miedo:
“ … De una negra galera asoma el corazón / con forma de paloma muerta. / Mágicas
palabras: / ábrete cielo. / Corazón de papel, vuelas / en forma de poema vivo / libre / auténtico.
• * Gastón de Bachelard, El Aire y los Sueños, México, Fondo de Cultura Económico, 2008.
• ** Rosa María Sobrón, Por la esquina del tiempo, 1994.
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La posesión poética total en la obra de Ma. Paula Mones Ruiz, es el tema verdadero de esta escritura, de este verbo, surgido desde el fondo del gesto, donde lo inefable y lo esencial cobran forma. En estos poemas de Avepoesía, donde coexisten la voz y el silencio, surge casi siempre el tono confesional, el autorretrato moral y espiritual, junto a la apelación, a los sentidos, a la belleza o el goce, anunciando su universo sensorial y esteticista.
De su peculiar modo de entender y sentir la vida y el arte, de su estética con prioridades individuales y colectivas, surge el pensamiento de María Paula Mones Ruiz. Un espectro estilístico, próximo a existencialismo, que puede ir de lo más sencillo y coloquial, como El caminito de sol y otros, hasta una densidad simbólica que aparece misteriosa, casi hermética como en La he visto:
¨….Pero alguien desde aquí escribirá/ Que la ha visto en silencio/ jugar a los latires con sílabas y versos/ contar suspiros y aleteos hasta el infinito/ Alguien desde aquí escribirá/ que la ha visto anidar/ cada ojo en cada palma y dar a luz/ pichones de utopías ciegos/ pero que cantan y vuelan/ aunque sea bajito/ sobre su tierra blanca.
Amplitud, transposición del tumulto de las fuerzas interiores, donde lo cósmico se hace universal.
El secreto de la poesía está en acertar el resplandor, el destello, la luz inédita, el nombre exacto de las cosas y su universo ya está ahí, palpitante, la espiritualización de la materia como perenne claridad, radioso numen, atrapar el ámbito secreto de las cosas. Al decir de Ernesto Cardenal:“Todas las cosas se aman. La naturaleza tiende hacia un tú”. Así nos habla Mones Ruiz de la naturaleza en El álamo plateado: Cuando la melancolía vibre fuera del espíritu/ revelaré lo vivido./ Sin tecnicismos. Retornará la imagen del álamo plateado/ y la mágica naturaleza volverá a agitar sus hojas/cada vez que respire//////////.
Explora con hondura climas existenciales: la muerte, la vida y el ser. Después de todo, la ficción poética no es sino el espejo de un anhelo mayor, de la fe de perfección y eternidad que anida el poeta en su pecho.
Mones Ruiz como poeta es ella misma, un sentimiento y un lenguaje que conforman a través de su obra, una personalidad, un estilo jalonado de verdaderos hallazgos. Dice en Cargada de espejos:Intimo deseo de encuentro /deseo cumplido./ Recibo en este instante/ la visita de mi misma./ Me digo: Vengo cargada de espejos para que te elijas/ cerca de ti pero lejos,/ lejos del reflejo accidental. /Aquí me tienes,/ soy tu misma / acércate despacio/ despaci… hacia esta otra luz/ sin huellas de materia /sin cenizas /sin marco/.
En sus poemas hay siempre un germen de interioridad, es decir de conciencia; bucea en el interior del hombre y en su radical soledad ontológica, saltando por encima de las efímeras causas concretas y el soplo de su sabiduría trascendente.
Un rostro en cada espacio, misterioso y traslúcido de salvación de las raíces esenciales, ante todo, la expresión del ser y sus sombras. Endereza su cabalgadura hacia los límites de la eternidad, afectado su paisaje anímico por las fluctuaciones dolorosas del vivir.
Una angustia propia, restallante, un territorio que le pertenece, entre una estética desafiante que engloba su escritura. Lo vemos en A veces cuando lluevo:….Y lluevo gris y miro mi man/ y sube y subo goteando visiones. /Sé que estás ahí, abrazando tu paz /como a una blanca novia./ Ahora todo aquí abajo se ve claro /y esta lágrima fugaz, opaca, fugitiva/ derrite tu recuerdo/ y tu ausencia es tan líquida hermano ángel… ángel de mis horas /que a veces cuando lluevo/ te veo simultáneamente aquí y allí/ secando mi mano /secando tu historia.
Aquí palpita el amor, el camino más trascendente y su instancia metafísica, compadecimiento fervoroso, que es un constante en la poesía de nuestra poeta, aún en sus poemas líricos. Su lírica está impregnada del sentimiento amoroso. Todo se vuelve amor o motivo de amor en su poesía. Mirada totalmente suya en temas que son comunes a todos, la muerte, la vida, con lo que alcanza la universalidad. Poema A Rosa María Sobrón:Ya no intentes amiga con tus palabras/articular respuestas a mi mano apoyada /sobre tu mano durmiente. / Dejate llevar que ya en el aire se expande la fragancia/ de tu ser de sangre-miel, /de palabras blancas, de dolor y fe./ Déjate llevar como lo has hecho y me has dicho/ se hace en la escritura /quien antes de nacer te mece /en las aguas calmas del latido de la Idea./ Déjate llevar, evádete/como el Principito migrando con tus musas./Abrázame y llámame, otra vez, ¡poeta!
El amor-muerte, forma parte del hilo exitencial de su poesía y también el amor abrazado a las estrellas del dolor en Estrella Gris dedicado a su padre:Tengo una estrella gris, /unos ojos sin tu azul / unas manos sin tus rosas/ una boca sin mi nombre/ una luna sentada sobre tu timón sin rumbo/. Frente a tu noche de espejos marineros/ tengo sentada a la Tristeza./ Y soy/ este pájaro cansado./ Y me veo/ picoteando miguitas de tu sombra y tu silencio./ Y me busco.
La construcción de bellas metáforas e imágenes se constituye en rasgos de originalidad. María Paula Mones Ruiz es una poeta con destino, se vale con idoneidad de la inefable servidora del sueño: LA POESÍA, como un rasgo de su propia naturaleza.
Se cumple en esta obra poética el decir de Thomas Mann “La literatura es el alma de la dignidad humana”. Libro para leer y releer, bello y profundo. Avepoesía es eso, nada más y nada menos: POESÍA.
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Con verdadero placer y el innegable plus de emoción que aporta la amistad que me une a María Paula Mones Ruiz, estamos presentando este nuevo poemario.
Si los títulos revelan su poesía, AVEPOESÍA, ya nos anticipa lo que la autora reconfirma en un verso de su dedicatoria: “el ave que me habita”, es la poeta el ave poesía que peregrina por los versos de su libro, es su mirada introspectiva, por momentos ajena a sí misma, en un desdoblamiento artístico que es meditación, mirada filosófica, tránsito vital.
Hay poemas que, desde su nitidez, muestran la médula misma de la obra de Paula; su realidad exaltada en un juego de belleza metafísica, nos lleva a la meditación en una imagen poética que, como tal, es básicamente variable, porque la imagen, en su claridad, no necesita un saber, es el descollar repentino del psiquismo.
Releo y descubro, entre las grietas, la casa onírica de la niñez, su ser se restituye en la gracia y la vaguedad de la vida interior.
Cito de Niña ventana:
“El silencio nos mira.
La niña y yo tememos que el miedo crezca
Si se nos moja el silencio.
La niña no ríe. La niña no llora.
Su boca cerrad, sus ojos empañados, fijos, fríos.”.
La voz poética nos estremece desde ese límite difuso entre lo real y lo irreal, esos pequeños signos quiméricos existen ante el lector por la fuerza del poema que lo hace posible; dice María Paula en un fragmento de Acrobacias del silencio:
“…Con mueca ilusionista, camina la vida.
Y yo
Sostengo indescifrables
Acrobacias del silencio, añicos de mi carne.”
Hay, también, preguntas sobre la existencia, el lugar en el cosmos, en la naturaleza, en el pasado personal.
Algunas, no propondrán respuestas consoladoras, otras, dejarán que la luz, la tan presente luz que es axial en esta obra, nos guíe hacia la paradoja filosófica que subyace bajo un lenguaje llano y maduro.
No son ajenos a la poeta, la minuciosidad, producto de una observación ejercitada; evoca detalles, diminutos fragmentos de la naturaleza a la que ama: las plumas, las gotas, el granizo, las aves; esos fragmentos hallarán el megaespacio en el cosmos, en la tierra, en la vida.
En algunos textos, existe casi una justificación de la utopía. Dice la autora en La ha visto
“Alguien desde aquí escribirá
Que la ha visto anidar
Cada ojo en cada palma y dar a luz
Pichones de utopías ciegos
Pero que cantan y vuelan
Aunque sea bajito
Sobre su tierra blanca.”
Cuánta riqueza en un poema que apunta a la esperanza, derramada desde la sencillez de los últimos versos: “pero que cantan y vuelan/aunque sea bajito/sobre su tierra blanca.”
María Paula toma una diversidad de temas que no le son ajenos a su verbo: el amor, la nostalgia, la evocación, la esperanza, el dolor, la despedida, la muerte, la vida; en ellos muestra qué tan vasto es su espacio filosófico cuando hace frente, con su palabra reveladora, a estos grandes temas abarcadores del universo, que rodean a la poeta y que, a menudo, le proponen nuevos desafíos.
De su poema Se te escapó, cito:
“Muerte…también él te entretuvo mucho tiempo
antes de irse
jugando a la escondida con la Vida
contando con sus dedos, días de felicidad en escarpines.
Finalmente, se te escapó, corrió.
No te lo llevaste. Ni siquiera a babucha
como él a mí…”
Pese al dolor, la poeta, por la vía indirecta, renueva constantemente el planteo de propuestas vitales. O nos asombra con preguntas que sólo podrán captar el vuelo poético amarradas a las alas de Mones Ruiz:
¿Cuándo
mi estrella gris, al fin, salpicará las gotas
de aquel azul, tu luz
sobre mis ojos turbios?
Sus versos, a veces frescamente cotidianos, coloquiales, mantienen el clima que le otorga unidad rítmica al poemario.
Hay ternura y cierta ironía existencial que nos lleva a pensar en múltiples niveles de significación, aquí es donde el lenguaje, ese que nos hace repensar los temas substanciales, cobra un nuevo resplandor.
María Paula nos sorprende con sus saltos rítmicos, admirables para la construcción de los poemas, a veces, con significaciones opalescentes; y a nosotros, lectores, nos deja reposar en la esperanza, porque crea la luz que iluminará las tinieblas posibles.”Anida ahora el remedio del tiempo/en un hueco de luz recién lustrado.” (de Rincones).
Aún el poema críptico, tiene su veta de lirismo, de sentimientos; hay un predominio del equilibrio en el decir; la poeta muestra también el otro lado, el más sosegado, el más piadoso.
Es ésta una poética de la madurez, de la coherencia, de la experiencia; hay una sabiduría intrínseca que tiene su génesis en las propias vicisitudes de los descubrimientos.
Y un cúmulo de resonancias que me llevaron a detenerme una y otra vez en ciertos versos, María Paula evoca, y rinde el homenaje de quien puede dar testimonio, a través de la belleza del decir poético, de haber respirado el tiempo y la desdicha, las decepciones y los grandes afectos, la adversidad del entorno y la maravilla de los hallazgos.
Dice Paul Ricoeur que “la identidad personal está marcada por una temporalidad constitutiva. La persona es su historia”; y me enfrenté sin duda, a una obra de marcada índole identitaria; frente a la propia historia de la autora que me acercó, una vez más, la energía de un universo personal, ése que he tenido la dicha de compartir y explorar con indudable deleite.
Y el universo personal de María Paula está impregnado de sutiles matices que, en definitiva, desnudan el color y dejan su propia resonancia; puede disociar el recuerdo, plasmarlo en la palabra, dejarlo salir de sus propias soledades; y es en esa soledad que la poeta prepara sus estallidos y, desde ellos, nos propone hermanarnos en la conmoción.
Nada mejor que dejarlos en compañía de la poeta, que prestará la voz a sus propios poemas de Avepoesía, este poemario que, desde que nació, se ha empeñado en hacernos partícipes de su vuelo.
Para vos, Paulita, para este libro que me guió el vuelo, desde la sonrisa y desde el llanto; pero, en ambos casos, con la felicidad indudable de estar ante una gran poeta que DICE, y de qué modo.
Un abrazo fraternal; tal vez, de ave,
Gra.
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La maga
A María Paula Mones Ruiz
Bajo un cielo de auras ignoradas
va la maga desgajando luces
sobre sus pies de alas.
Avepoesía, Avemaría, Paula,
se entrelazan en torrentes de agua clara
sin fin en la humedad del párpado.
No hay sombras que amedrenten
ni llaga dolorosa de lo que ya se ha ido.
Aferrada al clamor de su desvelo
un millar de pájaros alegres
saltan, giran en brillante gozo
llevándola a la pura alborada de lo bello
cuando el cuerpo, cuando el alma
cuando la poesía avanza
hacia la torre blanca de su canto.
Ella sabe dónde está la última pena
la quietud, la vena intacta, los vacíos,
la verdad silenciosa del amor perfecto y desgarrado.
Siento el eco de esa voz en el espacio mío
-diálogo fluyente en el abrazo
con tanto acuerdo y en silencio hablado.
.
Envuelta en su prodigio
la maga habita en una luz dulcísima
y toda ella es claridad humana.
Aquí su libertad, su amor, su vida
el arte y la belleza en su palabra.
Cuando en los versos preliminares de Avepoesía leí “…la luz nos rescata y nos regala/una estrella que tiembla,…” recordé un par de versos del poeta ruso Vladímir Mayakovski que dicen: “Si una estrella se enciende, quiere decir que a alguien le hace falta”.
María Paula es una de esas convocantes a que las estrellas se enciendan, y por añadidura hace posible que brillen para nosotros, por la sencilla razón de que su poesía requiere, en gran medida, de la presencia estelar. Lo que queda corroborado por la frecuencia con que ciertas y determinadas palabras aparecen y reaparecen en sus versos.
No obstante proceder por elevación en sus trabajos, la autora también nos entrega esta dolorosa confesión: “Lo más próximo que tengo/es un miedo/Un miedo tapado de silencio nítido/El silencio nos mira/la niña y yo tememos que el miedo crezca/si se nos moja el silencio.”
Y no se trata, por cierto, ni del miedo a las estrellas ni del miedo a las alturas al que se refieren estos versos.
Es, por el contrario, el miedo a que “lo de abajo”, lo que ocurre en los estamentos más terrenales y pesarosos de la vida, no tome el rumbo conveniente. O no diría, en el siguiente poema: “El miedo nos hace magos”. ¿Qué es eso de “…tememos que el miedo crezca/si se nos moja el silencio”? ¿Una referencia al llanto que acaso sea tan sólo un pasajero desahogo que nos haga bajar los brazos sin siquiera haber aportado la más mínima de las catarsis? ¿Un llanto que en vez de cercenar el dolor lo acrecienta? Pero aun siendo así, la expresión referida es indudablemente pasajera, porque el espíritu poético que anima a María Paula la conmina a reaccionar, a comprender que la vida es alquimia permanente, y de ahí lo del “miedo nos hace magos”. Sí, con llanto o sin llanto, parece decirse la poeta, al miedo hay que exorcizarlo, hay que presentarle batalla o, al menos, resistirlo sobrevolándolo.
Con lo que me atrevo a decir que muy posiblemente estemos ante la clave central del poemario: un continuo apelar al rescate de sí misma de la autora. Rescatarse para la vida, claro está. Porque todo continúa sugiriendo una permanente elevación o liviandad en la sucesión de imágenes: “mouse de cielo”, “montañas”, “picos”, “álamo plateado…” que agitará “sus hojas cada vez que respire”. Y por supuesto el “viento”, que “soplará pinceles invisible plateando la memoria”. Y en fin, la recurrencia de los términos “luz, sol, ave, alas, volar”.
También hay claros juegos en la poesía de María Paula Mones Ruiz. El sino asociado al vaivén de una hamaca, por ejemplo, o su identificación con una sombrilla. Y son puro juego sus versos con o para niños. Es tal su necesidad de mudar la realidad, que inserta en, o extrae de, la poesía, los lugares y objetos que la rodean (espejos, rincones, la música, y hasta un postre); y lo hace llevada por su solo afán, o acaso apremiante necesidad, de metamorfosear la vida. ¿Y es que acaso podría ser de otro modo si ella está entre los privilegiados para quienes las estrellas se encienden, al decir del ya mencionado poeta ruso?
Por supuesto, en su poemario irrumpe también la muerte, e irrumpe porque es un incontrovertible componente de la vida. La muerte que no sólo saca del mundo al que le llega, sino también al que la sufre como forzoso testigo. “Sueño que la oscuridad me bosteza/y amanecen suspendidas/sábanas desiertas, estrellas de arena”. Sí, para María Paula se han opacado momentáneamente las encendidas estrellas de las instancias felices. Así es que este logradísimo poema, “Al acecho de la luz” (luz: ya ven, no es una caída total, y mucho menos definitiva, gracias al dolor, al dolor-mago) la poeta, que todavía no ha podido pergeñar la alquimia que la rescate del sufrimiento, lo remata con nueve contundentes palabras, como no podría ser de otro modo tratándose de la pérdida de un ser querido. Y de ahí la dolorosa conclusión: “…de repente…/nada más de ti/ni de mí.”
Debo decir que son conmovedores los versos dedicados a los que se ausentaron en estos dos últimos años de la vida de María Paula. Conmovedores, sí, pero no sentimentales. Porque la “Avepoesía” que la habita, no le permite a la autora desmayar en su quehacer creador, sin para nada trivializar o siquiera amenguar su decir poético. Véase si no:
Y todo, aquí abajo, se ve turbio, húmedo.
Busco
el sol de tus abrazos; de tu risa, la chispa.
Mi piel se ha vuelto de nube.
Y lluevo gris y miro mi mano
y sube y subo goteando visiones.
Sé que estás allí, abrazando tu paz
como a una blanca novia.
Hermosa, y elocuente, se vuelve la poesía cuando nos llega a la mente a través del corazón, infiltrándose, también, en los sentimientos. Pura poesía es entonces la vida en tales circunstancias. Y felicísimas han de ser las almas a las que alcanza con su toque de portentosa embriaguez.
No me cabe sino felicitar a María Paula y hacer votos para que su Avepoesía nos conduzca por ese vuelo de encendidas estrellas, que tanta falta nos hace.
Con verdadero placer y el innegable plus de emoción que aporta la amistad que me une a María Paula Mones Ruiz, estamos presentando este nuevo poemario.
Si los títulos revelan su poesía, AVEPOESÍA, ya nos anticipa lo que la autora reconfirma en un verso de su dedicatoria: “el ave que me habita”, es la poeta el ave poesía que peregrina por los versos de su libro, es su mirada introspectiva, por momentos ajena a sí misma, en un desdoblamiento artístico que es meditación, mirada filosófica, tránsito vital.
Hay poemas que, desde su nitidez, muestran la médula misma de la obra de Paula; su realidad exaltada en un juego de belleza metafísica, nos lleva a la meditación en una imagen poética que, como tal, es básicamente variable, porque la imagen, en su claridad, no necesita un saber, es el descollar repentino del psiquismo.
Releo y descubro, entre las grietas, la casa onírica de la niñez, su ser se restituye en la gracia y la vaguedad de la vida interior.
Cito de Niña ventana:
“El silencio nos mira.
La niña y yo tememos que el miedo crezca
Si se nos moja el silencio.
La niña no ríe. La niña no llora.
Su boca cerrad, sus ojos empañados, fijos, fríos.”.
La voz poética nos estremece desde ese límite difuso entre lo real y lo irreal, esos pequeños signos quiméricos existen ante el lector por la fuerza del poema que lo hace posible; dice María Paula en un fragmento de Acrobacias del silencio:
“…Con mueca ilusionista, camina la vida.
Y yo
Sostengo indescifrables
Acrobacias del silencio, añicos de mi carne.”
Hay, también, preguntas sobre la existencia, el lugar en el cosmos, en la naturaleza, en el pasado personal.
Algunas, no propondrán respuestas consoladoras, otras, dejarán que la luz, la tan presente luz que es axial en esta obra, nos guíe hacia la paradoja filosófica que subyace bajo un lenguaje llano y maduro.
No son ajenos a la poeta, la minuciosidad, producto de una observación ejercitada; evoca detalles, diminutos fragmentos de la naturaleza a la que ama: las plumas, las gotas, el granizo, las aves; esos fragmentos hallarán el megaespacio en el cosmos, en la tierra, en la vida.
En algunos textos, existe casi una justificación de la utopía. Dice la autora en La ha visto
“Alguien desde aquí escribirá
Que la ha visto anidar
Cada ojo en cada palma y dar a luz
Pichones de utopías ciegos
Pero que cantan y vuelan
Aunque sea bajito
Sobre su tierra blanca.”
Cuánta riqueza en un poema que apunta a la esperanza, derramada desde la sencillez de los últimos versos: “pero que cantan y vuelan/aunque sea bajito/sobre su tierra blanca.”
María Paula toma una diversidad de temas que no le son ajenos a su verbo: el amor, la nostalgia, la evocación, la esperanza, el dolor, la despedida, la muerte, la vida; en ellos muestra qué tan vasto es su espacio filosófico cuando hace frente, con su palabra reveladora, a estos grandes temas abarcadores del universo, que rodean a la poeta y que, a menudo, le proponen nuevos desafíos.
De su poema Se te escapó, cito:
“Muerte…también él te entretuvo mucho tiempo
antes de irse
jugando a la escondida con la Vida
contando con sus dedos, días de felicidad en escarpines.
Finalmente, se te escapó, corrió.
No te lo llevaste. Ni siquiera a babucha
como él a mí…”
Pese al dolor, la poeta, por la vía indirecta, renueva constantemente el planteo de propuestas vitales. O nos asombra con preguntas que sólo podrán captar el vuelo poético amarradas a las alas de Mones Ruiz:
¿Cuándo
mi estrella gris, al fin, salpicará las gotas
de aquel azul, tu luz
sobre mis ojos turbios?
Sus versos, a veces frescamente cotidianos, coloquiales, mantienen el clima que le otorga unidad rítmica al poemario.
Hay ternura y cierta ironía existencial que nos lleva a pensar en múltiples niveles de significación, aquí es donde el lenguaje, ese que nos hace repensar los temas substanciales, cobra un nuevo resplandor.
María Paula nos sorprende con sus saltos rítmicos, admirables para la construcción de los poemas, a veces, con significaciones opalescentes; y a nosotros, lectores, nos deja reposar en la esperanza, porque crea la luz que iluminará las tinieblas posibles.”Anida ahora el remedio del tiempo/en un hueco de luz recién lustrado.” (de Rincones).
Aún el poema críptico, tiene su veta de lirismo, de sentimientos; hay un predominio del equilibrio en el decir; la poeta muestra también el otro lado, el más sosegado, el más piadoso.
Es ésta una poética de la madurez, de la coherencia, de la experiencia; hay una sabiduría intrínseca que tiene su génesis en las propias vicisitudes de los descubrimientos.
Y un cúmulo de resonancias que me llevaron a detenerme una y otra vez en ciertos versos, María Paula evoca, y rinde el homenaje de quien puede dar testimonio, a través de la belleza del decir poético, de haber respirado el tiempo y la desdicha, las decepciones y los grandes afectos, la adversidad del entorno y la maravilla de los hallazgos.
Dice Paul Ricoeur que “la identidad personal está marcada por una temporalidad constitutiva. La persona es su historia”; y me enfrenté sin duda, a una obra de marcada índole identitaria; frente a la propia historia de la autora que me acercó, una vez más, la energía de un universo personal, ése que he tenido la dicha de compartir y explorar con indudable deleite.
Y el universo personal de María Paula está impregnado de sutiles matices que, en definitiva, desnudan el color y dejan su propia resonancia; puede disociar el recuerdo, plasmarlo en la palabra, dejarlo salir de sus propias soledades; y es en esa soledad que la poeta prepara sus estallidos y, desde ellos, nos propone hermanarnos en la conmoción.
Nada mejor que dejarlos en compañía de la poeta, que prestará la voz a sus propios poemas de Avepoesía, este poemario que, desde que nació, se ha empeñado en hacernos partícipes de su vuelo.
Para vos, Paulita, para este libro que me guió el vuelo, desde la sonrisa y desde el llanto; pero, en ambos casos, con la felicidad indudable de estar ante una gran poeta que DICE, y de qué modo.
Un abrazo fraternal; tal vez, de ave,
Gra.
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Antonio Requeni
Estimada Paula; Muchas gracias por tu “Avepoesía”, que he leído deteniéndome y volviendo sobre muchos de los versos. No puedo menos que elogiar el gran tesoro de tu sensibilidad, de tu capacidad para convertir en palabras, en delicadas imágenes, el íntimo temblor del sentimiento. Gracias, además, por haber utilizado unos versos míos como epígrafe del poema a Rosa María. Con la reiteración de mi gratitud, un saludo muy afectuoso
-.-.-.-.-.-
David Sorbille
Entrañable María Paula: en el viaje de regreso a casa leí tu hermoso libro y hace un rato escribí este poema que encierra mi cariño y admiración hacia vos. Un gran saludo de mi Padre y un enorme abrazo de mi parte. Hasta pronto, David Sorbille
Ester de Izaguirre
Estimada Paula,
Muchas gracias por confiarme los poemas de tu libro “Avepoesía”, cuyas imágenes y profundidad me alejaron de las sombras cotidianas que nos duelen en el alma. Gracias por tu pasión por la literatura, la que compartimos de la mano y sin renuncias. Abrazo,
Ester de Izaguirre
-.-.-.-.-.-
David Antonio Sorbille
MARÍA PAULA
Ave querida entrañable amiga
de los espacios tibios de las palabras luminosas
del asombro a flor de piel
paloma niña
que abre surcos de amor en la humanidad desnuda
Ave compañera de las evocaciones
musa de la inspiración la música y la belleza
manto que abriga al desvalido espíritu
y a los cuerpos dolidos en el silencio de las sombras
Ave eterna duende melancólico
cristal de estrellas madera fecunda
arcilla del tiempo juego de mariposas libres
en los jardines soleados del afecto y la utopía
Ave poesía
elevada como un rezo profunda como una lágrima
hermana de la memoria que no descansa
mujer angelical poeta y madre
de todas las horas
Enrique Bossero
Hola María Paula: Siempre es una felicidad leer tus versos, en especial por su carga de frescura, a veces por cierta inocencia, pero en todos los casos por la profundizaciòn de un estilo que ya te pertenece, cálido, emotivo, atrayentemente creíble. Me han atraído, en especial, los poemas de “Al acecho de tu luz”, la prosa y la poesía del capítulo dedicado a nuestra querida Rosa María Sobrón, “Estrella gris”, y tantos otros que complementan este libro que respira aire fresco y poesía viva. Gracias por todo esto, que no es poco, diría que es mucho, y que con su lectura alivia, en cierto modo, la tortura cotidiana de estos tiempos. Un beso,
-.-.-.-.-.-
Carlos Levy
Hola María Paula, acabo de recibir tu AVEPOESIA, gracias por el envío, ya está en mi mesa de luz y durante un tiempo serán tus poemas, el poema nuestro de cada noche. Un beso, Carlos Levy.
Germán Cáceres
Paula,
El libro me gustó. Escribí una nota para “Letras-Uruguay”, que acompaño. Después saldrá la misma nota en la página de la Biblioteca Carlos S. Viamonte y en el mensuario en papel -más abreviada porque así lo exigen- “Desde Boedo”.
Cariños, Germán
En la contratapa del libro Marta de París comenta: “La lectura merece ser disfrutada por la fuerza de su belleza, las descargas y emociones que acunan el éxtasis y los sentidos de la vida en su más pura expresión de entrega”.
Este poemario consta de cinco partes. La primera -“Hambrienta, desnuda, descalza”- se erige en una apasionante celebración de la poesía (“es quien me bautiza cada día/ cuando ambas nos bañamos en el agua de la Luz”), cuya esencia evoca el hermoso vuelo de las aves. Otra de las obsesiones que aparece es el miedo, al cual, según la autora, se lo combate con la emoción poética. Los versos, hondamente espirituales (“La melancolía/ entonces/ brillará en cada hoja/ como las lágrimas jugando a la escondida”), revelan una profunda inspiración y exhiben creativas y sensibles imágenes interiores (“gritos helados y encendidos de silencio/ chispas de una fogata de sueños esqueléticos/ entibian a la noche blanca, pálida de miedo”). Con Avepoesía la escritora también emprende una decidida búsqueda de sí misma. Y, a la manera de Oliverio Girondo, la tipografía de los versos se distribuye formando equilibradas y armoniosas composiciones visuales.
En la segunda parte -“Al acecho de tu luz”- aborda el tema de la muerte de su hermano con un lirismo desgarrado: “Vivas o sueñes, duermas o despiertes/ siempre está al acecho de tu luz”. Un sentido “Homenaje a Rosa María Sobrón” tiene lugar en la tercera parte. Compartía con su amiga poeta los cálidos almuerzos que se describen en una conmovedora carta: “El lugar de siempre”.
“Ojos músicos” se titula la cuarta parte, que, de acuerdo al prólogo de Graciela Maturo, está “teñida de femenina afectividad y referida al anuncio de la natural certeza y necesaria renovación de vida a través del rol de abuela”. María Paula Mones Ruiz considera que estos mensajes dirigidos a sus nietos son a la vez poemas y cuentos. La quinta parte -“Acrobacias del silencio”- la dedica con suma ternura a sus padres: “Las madres y la poesía/ son únicas y eternas. /Viven por nosotros. / Y por ellas, somos/ agonistas”.
Este bello libro recibió la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores Poesía 2011.
Germán Cáceres
germanc4@yahoo.com.ar